La catedral de Jaca

La catedral de Jaca está considerada uno de los monumentos más importantes del arte románico español, no sólo por su reconocida antigüedad sino también por presentar una síntesis personal entre elementos propios y ajenos, dentro del ámbito de las rutas del Camino de Santiago. Esta importante vía de peregrinación, que en época medieval ponía en comunicación toda Europa y convirtió al arte románico en el primer “arte internacional”, penetraba en Aragón salvando los Pirineos a través del Puerto de Somport y bajaba hasta Jaca para, a partir de aquí y en un acusado giro de noventa grados, dirigirse a tierras navarras.

El origen de la catedral y su relación íntima con la villa de Jaca debe situarse en ese mundo de las peregrinaciones jacobeas, tremendamente rico en flujos e intercambios de personas, productos e ideas, y en un preciso momento histórico en el que los reinos cristianos hispanos luchaban contra el invasor musulmán y avanzaban lentamente desde la montaña hacia el valle dejando a su paso testimonios de la fe restablecida.

Una catedral del S.XI

Así, conquistada Jaca a comienzos del siglo X, inmediatamente se amuralla y se organiza su vida religiosa mediante la fundación de un viejo monasterio puesto bajo la advocación de San Pedro (llamado luego el Viejo, para diferenciarlo de la propia catedral, que recibió el mismo nombre). Jaca recibe sus fueros del rey Sancho Ramírez en el año 1077 y de esta forma alcanza la categoría de ciudad y la importante función de capital del Reino de Aragón, que desempeñará hasta la conquista de la ciudad de Huesca en 1096.

El nuevo rango de ciudad viene acompañado de la instauración como sede episcopal, que inmediatamente precisa de un edificio para su obispo. Es éste un monumento religioso de gran agitación debido a la llegada a tierras altoaragonesas de la poderosa orden cluniacense, establecida en el monasterio de San Juan de la Peña, que traerá consigo la reforma gregoriana y la sustitución del rito mozárabe por el nuevo rito romano.

El primer periodo entre 1077 y 1082, que se corresponde con el reinado de Sancho Ramírez y el obispado de su hermano el infante García.

El segundo periodo entre 1104 y 1130, cuando Alfonso I el Batallador y Esteban de Huesca ceñían la corona y la mitra, respectivamente.

Una vez levantado el templo románico se fueron añadiendo dependencias necesarias para la vida capitular y la catedral fue creciendo. Además, su estructura inicial se vio modificada por sucesivas reformas, ampliaciones y destrucciones, que le han dado su configuración actual, pero siempre ha conservado esa conexión íntima con la ciudad y con sus habitantes. Tras un pequeño paréntesis, donde únicamente se realizan obras de mantenimiento en el edificio, el siglo XV asiste a la construcción de capillas de estilo gótico como la de Santa Cruz, Santa Orosia, San Agustín y Santo Cristo, todas ellas en la nave septentrional, así como a la erección de la torre sobre el pórtico de entrada que posteriormente sufrirá abundantes reformas.

La Edad Moderna

El siglo XVI y parte del XVII siguen siendo momentos de gran actividad constructiva, destacando de ella los siguientes trabajos: el abovedamiento de las naves laterales (1520-1530); la fundación de nuevas capillas tardogóticas como la de San Sebastián (cuya portada se copia en su simétrica de San Agustín), la de la Anunciación y la de Santa Ana; la aparición de las primeras capillas de estilo renacentista, entra las que destacan la espléndida de San Miguel (1523) con embocadura monumental en arco de triunfo realizada por el italiano Juan de Moreto, la de la Trinidad (1572), obra del magnífico escultor romanista Juan de Ancheta, la del obispo Baguer (1573), con sepulcro en arcosolio, y la de San Jerónimo (1573), en el ábside septentrional.

A finales del siglo XVI (1598) se emprende el abovedamiento de la nave central, sustituyendo la anterior cubierta de madera, permitiendo de este modo la apertura de ventanales de iluminación. En este mismo año se encarga un retablo en piedra para el altar mayor, obras ambas contratadas con el arquitecto y escultor Juan de Bescós y finalizadas en la centuria siguiente.

A finales del siglo XVII se reconstruye el claustro, sustituyendo el románico, que por entonces presentaba un aspecto ruinoso por el actual de factura barroca, y se erige una nueva capilla dedicada a Santa Orosia, patrona de Jaca.

En el siglo XVIII aparecen o se reforman algunos altares, como el de San Agustín (1760) o el Santo Cristo (1767) y en sus últimos años se emprende la reforma de la cabecera, lo que supone, como ya se ha dicho, la destrucción del correspondiente ábside románico y el desmontaje del retablo mayor en piedra (cuyos fragmentos fueron repartidos por la catedral). El nuevo ábside recibió decoración pictórica (1793), que corrió a cargo del cartujo Fray Manuel Bayeu.

En el siglo XX se traslada el coro a su ubicación actual en 1919. En 1931 fue declarada Monumento Nacional. En 1999 se redacta el Plan Director de la catedral de Jaca, documento básico para el conocimiento y actuación en la catedral.



 

La nave central con el órgano a los pies. 1905. Foto: Centre excursionista de Catalunya.

San Pedro. Apoteósis. Fray Manuel Bayeu.1792

El templo románico

Planimetrías de la catedral de Jaca

El templo catedralicio conserva en lo básico su estructura y configuración románica: una planta basilical de tres naves de cinco tramos con sus correspondientes ábsides alineados y dos puertas de acceso: la occidental o principal, dotada de un espacioso atrio o lonja que abre a la plaza de San Pedro (donde antiguamente se situaba el monasterio homónimo), y la puerta meridional, desde el siglo XVI dotada también de lonja y vinculada a la plaza del Mercado. De los tres ábsides románicos sólo el meridional o de la Epístola se conserva inalterado, pues su simétrico quedó destruido y el central fue ampliado a finales del siglo XVIII para evitar las humedades de un cementerio anejo a la cabecera y para poder trasladar al presbiterio el coro y el órgano que estaban situados desde antiguo en los pies de la nave central (este traslado no se haría efectivo hasta 1919). En este ábside meridional aparecen resumidos los elementos y el lenguaje arquitectónicos característicos del románico jaqués, entre los que destacan los “tacos” o “billetes” en ajedrezado (discurre en forma de imposta por el exterior e interior del edificio) y las “bolas” (presentes también en los apoyos interiores).

En el interior, las tres naves están separadas por arquerías de medio punto que apoyan sobre pilares cruciformes y cilíndricos que se alternan, configurando un curioso “tramo doble” del que pueden encontrarse paralelismos en iglesias del norte de Francia y en Inglaterra. Los capiteles, con una configuración básica de orden corintio, presentan diversos tipos de decoración: geométrica, vegetal y figurada.

El edificio románico cubría sus naves con techumbre de madera (a dos aguas la central y a una las laterales), que posteriormente como veremos se sustituirán por las actuales bóvedas. El resto de la catedral mantiene su sistema de cubrición original: bóveda de medio cañón para los brazos del transepto y los tramos rectos de los ábsides, cúpula hemiesférica sobre trompas para el crucero y bóveda de horno para los tramos curvos de los ábsides.

La portada occidental se sitúa al fondo de un profundo pórtico, cubierto con medio cañón, que tendría además función penitencial, tal como lo indican las representaciones y el texto del tímpano, en cuyo centro se dispone el típico Crismón Trinitario flanqueado por dos leones: el de la derecha aplasta con sus garras a un oso y a un basilisco, representando a Cristo como vencedor del pecado y de la muerte, mientras el de la izquierda protege a un hombre vestido de penitente que se prosterna ante él, mostrando así su misericordia divina.

La portada meridional presenta un tímpano muy modificado y dos capiteles que simbolizan, a través de dos representaciones bíblicas (Abraham e Isaac y Balaam y el ángel) el poder salvífico de Dios; se atribuyen estos capiteles al llamado “maestro de Jaca” y junto con los magníficos capiteles del claustro (actualmente diseminados por distintas dependencias catedralicias, entre ellas el propio pórtico sur y el museo) constituyen los mejores ejemplos de escultura del románico jaqués.