La imaginería de la crucifixión en la Historia del Arte

Estamos de lleno en Semana Santa y entendemos que es un buen momento para hacer un recorrido por la representación de Cristo a través de los siglos con algunos de los ejemplos de estos que disponemos en nuestro templo y otros que, si estáis de vacaciones, podréis admirar en vuestras localidades de descanso.

Las primeras comunidades cristianas eludían la representación de la crucifixión puesto que lo consideraban como un castigo humillante por lo que en el arte paleocristiano era más habitual el uso del “crismón”, Cristo como Buen Pastor o el pez que encontramos representado en algunos lugares de culto.

Graffitti de Anaxámenos

Empezando con la propia representación de un crucificado, habría que acercarse a la representación más antigua conservado de Cristo en la cruz y que la podríamos ubicar en Roma, con la aparición de un pequeño grafito, conocido como “Grafito de Alexámenos”, en una escuela de pajes imperiales en el Monte Palatino. Todo hace indicar que esta representación del siglo II-III supondría una burla hacia el personaje de Alaxámenos, un cristiano de aquella época que aparecería adorando un crucificado con la cabeza de un burro con la inscripción griega “Alaxámenos adora a su Dios”. Estaríamos hablando probablemente de un momento de persecución en la ciudad del Tiber pero que con respecto a lo que nos concierne ha permitido a algunos especialistas usar como tésis que la figura del crucificado pudo utilizarse ya como objeto de veneración.

Pero si nos centramos en lo que podríamos entender como la representación más antigua de una crucifixión, encontramos una especie de “amuleto” tallado en jade. Hablaríamos ya que tras el Edicto de Milán (313 d.C.) en época de Constantino, ya tenemos algunos primeros ejemplos del uso del crucificado como aparece en la Puerta de Santa Sabina de Roma en el siglo V, donde admiramos un ejemplo de Cristo erguido y triunfante.

En los períodos bizantino y prerrománico la figura de Cristo en la cruz se presenta como glorioso y triunfante. Cristo aparece vestido con túnica larga (colobium), símbolo de su divinidad. Los ojos abiertos y expresión serena (que se mantendrá en los siglos del románico) y existe una ausencia de clavos visibles; a veces con los pies separados. La cruz aparece como símbolo de gloria, no de tortura. 

Crucifijo de Rabula (siglo VI) en un evangeliario sirio.
Cristo de Siresa. FOTO: Antonio García Omedes

Con el Románico, la imagen del crucificado comienza a adoptar nuevas características. Cristo se representa con cuatro clavos y el perizonium o paño de pureza alarga su forma hasta casi las rodillas. Su rostro permanece sereno, reafirmando la idea de la victoria sobre la muerte. 

Entre los ejemplos más relevantes destacan el crucificado románico de la catedral y el magnífico ejemplar conservado en San Pedro de Siresa (Huesca). Otros ejemplos los podemos encontrar en nuestro museo como son el cristo románico de la catedral de Jaca o el cristo procedente de la localidad de Ardisa, ubicados en la zona de las capillas claustrales del MDJ.

El Gótico introduce cambios más naturalistas. Las piernas ahora se cruzan y se reduce a tres el número de clavos. El paño se acorta, y el cuerpo adquiere un mayor realismo anatómico. Aunque algunos interpretan este cambio como muestra de una mayor maestría técnica, no existe un consenso claro al respecto.

Cristo románico de la catedral de Jaca. MDJ

Con el Renacimiento (finales del siglo XV), el naturalismo gótico evoluciona hacia un realismo idealizado, influido por los valores del humanismo. Los artistas buscan romper con la rigidez gótica y se inspiran en modelos italianos, lo que lleva a la importación de numerosas esculturas renacentistas. Comienza a cobrar protagonismo la llamada Escuela Castellana, que alcanzará su máximo esplendor siglos después. Destacan figuras como Juan de Bigarny o Juan de Juni, de origen francés pero activos en la península.

Cristo de la Viga. Jerez de la Frontera. S.XV. Transición del gótico al renacimiento.
La posición de los brazos, así como el cabello tratado de manera naturalista del crucificado del altar perpetuo de la catedral de Jaca nos ubicaría, tal vez, en el S.XVI.

Es en el Barroco, desde finales del siglo XVI, cuando la escultura del crucificado alcanza su momento de máxima expresividad en España. Este periodo, profundamente marcado por el espíritu de la Contrarreforma, impulsa una nueva forma de entender el arte sacro: ahora no solo se busca representar, sino conmover profundamente al fiel. Las esculturas dejan de ser meras imágenes devocionales para convertirse en auténticos vehículos de emoción, capaces de provocar lágrimas, recogimiento o incluso éxtasis espiritual.

La figura de Cristo en la cruz se transforma radicalmente. Se muestra con todo su dolor humano, desgarrado, ensangrentado, con heridas realistas, el rostro contraído por el sufrimiento, el cuerpo arqueado en una expresión extrema de sacrificio. Se busca una identificación directa del espectador con el sufrimiento de Cristo, para vivir la Pasión no solo como un episodio bíblico, sino como una experiencia interior.

En este contexto surgen los grandes maestros de la escultura barroca española, cuyas obras aún hoy llenan nuestras iglesias, museos y procesiones. A casi todos nos resultan familiares nombres como Gregorio Fernández, (Escuela Castellana), Juan de Mesa, y Martínez Montañés (Escuela Sevillana)Alonso Cano, (Escuela Granadina) y ya en el siglo XVIII, el murciano Francisco Salzillo, que aportó una mirada más dulce y teatral al drama de la cruz.

Cristo de la Buena Muerte. S.XVII. Juan de Mesa. Sevilla

Estos artistas crearon no solo imágenes, sino auténticos relatos visuales de la Pasión, que siguen emocionando siglos después. Sus crucificados son, en muchos casos, el corazón espiritual de nuestras cofradías y procesiones, verdaderos iconos de la Semana Santa española.

Por último, en este recorrido a través de la imaginería del crucificado a través de la Historia del Arte nos trasladamos a finales del S.XIX, cuando el canónigo Victoriano Biscós, dona la conocida talla del «Cristo de la Salud» o «Cristo de Biscós» a la catedral de Jaca.

El trabajo de tan venerada talla estará realizada por el reconocido escultor catalán, aunque afincado en Madrid José Alcoverro (1835-1908). Este artista realiza, entre otras obras, algunas de las esculturas que ubicamos en la sede de la Biblioteca Nacional de España como el Monumento a Berruguete o la escultura de Alfonso X «El Sabio».

Actualmente la obra se encuentra ubicada en la capilla de Santa Ana de la catedral de Jaca, siendo una de las obras de más devoción entre los habitantes de nuestra ciudad. 

No olvidemos, al contemplar estas esculturas, que son mucho más que expresiones artísticas: son también testimonios de fe y devoción que han acompañado a generaciones.

Y vosotros, ¿habéis contemplado alguna vez un crucificado que os haya emocionado o conmovido profundamente?

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